A pesar de que el avance
científico puede dar respuestas a interrogantes acerca de la sexualidad, en la
actualidad siguen existiendo mitos relacionados con la misma, lo cual con
frecuencia se debe a los tabúes sociales que no permiten que muchas personas
obtengan la información adecuada para llevar a cabo una sexualidad sana; por lo
que en este momento analizaremos las consecuencias de los mitos y los mandatos
relacionados al género, que en conjunto, afectan y permiten que siga existiendo
una idea y percepción represiva de la sexualidad.
La palabra mito connota una
serie de circunstancias que son consideradas como verdaderas en las sociedades
aunque no tengan fundamento para considerarse como tal. En la sexualidad, podemos
enlistar un sin número de mitos que son considerados verídicos por las personas
en diferentes contextos y que al ser consideradas inapelables, se puede tomar
decisiones sin tener en cuenta las consecuencias que tendrán con el tiempo.
El origen de muchos mitos o
tabúes viene de generación en generación, en las cuales las ideas sobre la
sexualidad se han encontrado permeadas por muchos aspectos como la religión, la
ideología, la filosofía y la política, a partir de los cuales se construyen
normas de comportamiento sexual para controlar la conducta humana. Estas normas
basadas en una creencia falsa comienzan a divulgarse como algo comprobado y
real, convirtiéndose en mito (Cordon, 2008).
Peláez (1997) explica que
convertir la sexualidad en un tabú no se debe únicamente a las características
propias de la vida sexual, sino que se trata de un fenómeno que suele estar
condicionado históricamente por el papel de muchas condiciones propias de una
sociedad, actualmente por ejemplo, existen muchas muestras culturales que
transmiten mensajes manifiestos a propósito de las relaciones sexuales, los
cuales son muy comunes y aceptados, sin embargo, gran parte de esta información
es sesgada o fraccionada, o incluyen prácticas desfavorables como la asociación
del sexo con el consumo de alcohol y otras drogas.
Puede ser precisamente por
la aceptación de mensajes erróneos manifiestos sobre el sexo que la edad de
inicio en los jóvenes ocurre cada vez en estadios de la vida más tempranos, así
mismo, mientras más precoz ocurre el primer coito, mayor es el número de
parejas sexuales que tienen esas personas y por lo tanto los riesgos se
multiplican. Si bien los mitos existentes en uno y otro grupo varían en su
forma y contenido especialmente por la permisividad existente hacia los hombres
y la exclusión hacia las mujeres; puede afirmarse que el comportamiento sexual
llevado por cada persona varía precisamente por las ideas, creencias o mitos
que tienen al respecto, las cuales, al interactuar con otras variables como la
inexperiencia o la falta de estabilidad en las parejas sexuales, induce a
problemas mayores derivados del sexo. Algunos de los mitos más comunes que
podemos encontrar son:
- Hablar de sexo es pecado y un tema intolerable para la mayoría de
las personas.
- Los hombres tienen más derecho de hablar sobre sexualidad que las
mujeres.
- Los niños y jóvenes adventistas no deben conocer a fondo el tema de
la sexualidad.
- Es mejor dar nombres simbólicos al aparato reproductor masculino y
femenino para evitar traumas en los niños y adolescentes.
- Los padres no deberían explicar con detalle sobre las relaciones
sexuales por ser un tema difícil y complicado.
- Las escuelas adventistas no deberían plantear el tema de sexualidad
abiertamente en las clases.
- El tema de sexualidad perjudica emocional y espiritualmente a los
niños y jóvenes.
- Los adolescentes aún no están preparados para conocer temas sobre
sexualidad pues los estimula a experimentarlo abiertamente.
- Cuando un niño y joven pregunta sobre sexualidad es conveniente no
aclarar sus dudas.
- Los libros de texto de las instituciones educativas no deberían
traer contenido explícito sobre el tema de la sexualidad.
- Hablar de sexo propicia a la relación sexual precoz.
Por otro lado, los mandatos
de género en la sexualidad se traducen en el cumplimiento de lo que el orden
simbólico establece como lo que debe ser, lo que se espera de las mujeres y lo
que se espera de los hombres. En la esfera de la sexualidad, los mandatos de
género son los más rígidos y el espacio donde se han producido menos cambios,
aunque pueda parecer lo contrario. La sumisión del “otro”, desde la identidad
de llenar “al otro de placer o de amor”, suscitan un lugar subsidiario de las
mujeres respecto a su sexualidad y respecto al permiso al placer.
El hombre aprende el
permiso, aprende a que el goce es lugar para que crezca su masculinidad, su
virilidad. Así en las parejas heterosexuales se puede producir un desencuentro
si no hay un reconocimiento propio y de la pareja, de las necesidades y de los
mandatos que a cada uno y una le toca, y cómo se pueden “neutralizar dichos
mandatos”. La heteronormatividad elimina, castiga, castra las opciones
diferentes.
La normalización imperante
de la misma transgresión es un indicio de cómo lo normativo se adapta y
mercantiliza los cuerpos. Las mujeres lesbianas siguen siendo mujeres
invisibles para la memoria y para el reconocimiento de sus derechos,
posiblemente porque la transgresión es doble. Hay cierta tendencia a pensar,
como hay mujeres que están asumiendo papeles más activos en la forma de
relacionarse sexualmente, que eso lleva implícito una transformación de los
mandatos. Los mandatos de género son aprendidos y pueden ser deconstruidos; para
ello es preciso tiempo y espacio, y desde luego, la creación de espacios que
brinden libertad y placer.
Las diferencias entre clases y la posición que puede ocupar cada uno son
determinadas por ser hombre o mujer, pues esto será entendido como actividad o
pasividad respectivamente. Ser hombre requiere de una actitud de mando, ser
racional y dominarse a sí mismo, lo que permitirá que como el ser social por
excelencia, pueda gobernar y dirigir el pueblo y su familia. En cambio, la
pasividad es una cualidad de la mujer, misma que solo encuentra su sentido de
ser dentro del matrimonio y la familia, convirtiéndose en una propiedad del
hombre; pese a esto, la mujer tiene la posibilidad de tener una autoridad en su
hogar, ejerce el derecho de toma de decisiones sobre la administración de los
bienes del hogar y la obligación de criar a los hijos.
“En cuando a la Economía, atribuida a Aristóteles (…). Es dentro
del contexto de una distribución igualitaria de los poderes y de las funciones
donde el marido debe conceder el privilegio a su mujer, y es por una actitud
voluntaria (…) que, como quien sabe administrar un poder aristocrático, sabrá
reconocer lo que es de cada quien” (Michel Foucault, 2005). Aunque esto haya
sido parte de la sociedad grecorromana, aun en nuestras sociedades actuales,
podemos ver que esto no ha cambiado en nada, la única diferencia es que ahora
la mujer se le permite tener voz y voto que son tomados en cuenta.
En lo que respecta al placer de la Sexualidad, la pareja era una
combinación del hombre activo y penetrador, con la mujer pasiva y penetrable;
de hecho las mujeres debían llegar vírgenes al matrimonio, mientras que el
hombre tenía permitido una actividad sexual siendo soltero. Además la
infidelidad solo era castigada en las mujeres, pues el hombre podía tener un
“desahogo” de la tensión sexual, fuera con cortesanas o concubinas, situación
en la que quien tenía el respeto absoluto era la esposa, pues ella era la única
que podía darle una descendencia legitima, aun cuando la concubina fuera
llevada a vivir bajo el mismo techo, esta debía de atenerse a las reglas que la
esposa impusiera en el hogar. “Demóstenes (…) formula una especie de aforismo
(…): las cortesanas existen para el placer, las concubinas para los cuidados
cotidianos; las esposas para tener una descendencia legitima y una fiel
guardiana del hogar” (Michel Foucault, 2005).
Otro punto a destacar y en donde se presenta el término
“impudicus”, es en las relaciones con personas del mismo sexo. De inicio es
obvio que el Lesbianismo no era aceptado, era castigado y pocas veces visto,
pues si de inicio la mujer era una propiedad y el placer sexual le era
proporcionado por su esposo, el que un ser pasivo se atreviera a tomar un papel
activo para penetrar a otra mujer era algo impensable y que rompe el estatus
social y natural, aunque claro, esto no significa que no existiera.
En los hombres pasaba algo similar, pero no era severamente
castigado, de hecho, solo se limitaba a la burla y el estigma social; la Homosexualidad
en el hombre era permitida si la actitud pasiva era ejercida por alguien de
menor edad o clase social, aunque esto aún presentaba problemas, pues el hombre
pasivo, en un futuro, debería ejercer una actitud activa en la sociedad… ¿Cómo
podría corromperse ese estatus?... en lo que respecta a los esclavos, era casi
parte de su trabajo, donde se centraba la discusión era en los hombres libres,
pues si un hombre se disponía a ser pasivo, debía ser por placer, y enfrentarse
a la humillación, o tenía que obligársele, siendo algo más aceptable, pero aun
así, mal visto. Muchos filósofos de ese entonces llegaron a la conclusión de
que la actividad era algo que debía protegerse, y se consideraba que la
amistad, libre de deseo sexual, era la única relación que podía existir entre
hombres, lo que hace referencia de la capacidad de control y dominio de sí que
el hombre debía tener.
Bibliografía
Foucault, Michel
(2005); Historia de la Sexualidad, Vol. 1: La Voluntad de Saber; Ed. Siglo XXI;
España.
Foucault, Michel
(2005); Historia de la Sexualidad, Vol. 2: El Uso de los Placeres; Ed. Siglo
XXI; España.
Foucault, Michel
(2005); Historia de la Sexualidad, Vol. 3: La Inquietud de Sí; Ed. Siglo XXI;
España.
Osorio, L. & Cuello, K. (2013). Evaluación de mitos sexuales de
acuerdo al género y nivel de formación en jóvenes universitarios y de educación
media; Realitas, Revista de Ciencias Humanas y Artes.
No comments:
Post a Comment