El Machismo
México es conocido
como la patria de los machos, por excelencia, como el país donde esa patología social
es parte del modo de ser, del carácter popular, del inconsciente colectivo, de la
superestructura.
Para algunos
autores, el machismo es "una serie de conductas, actitudes y valores que se caracterizan
fundamentalmente por una autoafirmación sistemática y reiterada de la masculinidad;
o como una actitud propia de un hombre que abriga serias dudas sobre su
virilidad... o como la exaltación de la condición masculina mediante conductas que
exaltan la virilidad, la violencia, la ostentación de la potencia sexual, de la
capacidad para ingerir alcohol o para responder violentamente a la agresión del otro;
en suma, el machismo es la expresión de la magnificación de lo masculino en
menoscabo de la constitución, la personalidad y la esencia femenina; la exaltación de la
superioridad física, de la fuerza bruta y la legitimación de un estereotipo que recrea y
reproduce injustas relaciones de poder".
¿De Dónde Viene El Machismo?
Para algunos
autores, el machismo aparece con el mestizaje, transculturación dramática por la forma
violenta que los españoles imprimían en su unión con las indias. Sin embargo, en el
mundo prehispánico también la mujer era considerada un ser devaluado,
inferior, sin derechos.
Con la conquista, la
mujer es devaluada en tanto indígena; el hombre, en cambio, es sobrevalorado en
la medida en que se le identifica con el conquistador, el dominador, el vencedor. "Esta paridad, masculino-femenino - activo-pasivo,
conocida en otras culturas,
toma en la nuestra aspectos sobresalientes y dramáticos. La mujer es objeto de
conquista y posesión violenta y sádica, su intimidad es profundamente violada y
hendida...".
El conquistador del
siglo XVI es un hombre brutal, que somete por la fuerza de las armas al pueblo
vencido. El conquistador obtiene con facilidad su fortuna: esclaviza a los indios en las
minas y las encomiendas, su fortuna es mal habida: saquea las minas y esclaviza a
los vencidos. México y América Latina no conocen la tradición protestante del
trabajo, el ahorro y la disciplina.
La cultura indígena
es destruida, sobre las ruinas de las pirámides se erigen ostentosas catedrales, se nos
impone un idioma extraño, una religión ajena; el orden de valores, la
cosmogonía indígena es destruida; aparece una nueva sociedad, una nueva cultura donde
lo indígena y lo femenino son relegados, son inferiores. Esa ecuación
inconsciente, lo índio-femenino, se transforma en aquello que le recuerda al criollo, al
mestizo, su superioridad sobre el vencido.
"El machismo
aparece desde la temprana edad del niño mestizo... el machismo del mexicano no es en el
fondo sino la inseguridad en la propia masculinidad, el barroquismo de la virilidad, el
alejamiento de la difusa paternidad introyectada...".
Los grupos de amigos
del niño mestizo siempre serán masculinos, las aficiones y juegos serán de
machos, se excluirá a la mujer del mundo social y emocional porque la vida social es
masculina, el mundo exterior es de los hombres; el doméstico, de las mujeres. Todos los contactos
con la mujer están dirigidos a afirmar la superioridad del hombre, la fuerza física, la
seguridad; lo femenino será rehuido como señal de debilidad y amaneramiento.
Así surge un tipo
masculino peculiar que ya no es solamente el mestizo, sino que está presente en todas las
clases sociales: los medios de difusión masiva logran homogeneizar ese estereotipo
masculino: el hombre, el macho mexicano gasta la mayor parte de sus ingresos en destacar
sus atributos "de macho": el sombrero, la pistola, el caballo, el
automóvil, serán su lujo y orgullo, aunque por obtenerlos se prive de otros bienes
fundamentales, pues se trata de hacer alarde de manifestaciones externas a las que
compulsivamente recurre para afirmar una fortaleza de la que carece interiormente.
En su lenguaje
recurrirá a formas procaces, vulgares y las considerará propias de “hombre"; más
hombre se sentirá en tanto más procaz su lenguaje, más macho en tanto más logre
herir a la mujer, porque al fin y al cabo la mujer es una herida, una "rajada".
Dice Octavio Paz que el lenguaje popular refleja hasta qué punto el mexicano se defiende del
exterior: el ideal de la "hombría" consiste en no "rajarse"
nunca. "Los que se
'abren' son cobardes, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse,
humillarse, agacharse, pero no 'rajarse', esto es, permitir que el mundo
exterior penetre su intimidad. El 'rajado' es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa
fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como
debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren, su
inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su 'rajada' herida que jamás
cicatriza...".
"En nuestra
concepción del recato femenino interviene la vanidad masculina del señor que hemos
heredado de indios y españoles. Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran
a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que
le asignan la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca
se le ha pedido su consentimiento y en cuya realización participa sólo
pasivamente, en tanto 'depositaria' de ciertos valores. Prostituta, diosa, gran señora, amante,
la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le
confían la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a imagen y realidad de los
hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos"
¿Hasta dónde la
mexicana es considerada un ser de segunda, "reflejo de la voluntad y querer
masculinos"? Esa inferiorización se vive en lo público, lo exterior,
lo cotidiano, lo personal. Rosario Castellanos podría ejemplificar con su vida el
peso del machismo en la sociedad mexicana. En una entrevista concedida a Alaíde
Foppa, publicada en el periódico Los Universitarios en 1975, Alaíde relataba:
"... me habló mucho de su infancia y de su único hermano, muerto niño. Evocaba ella,
todavía con amargura, las largas visitas de pésame, las novenas en su casa de
Comitán y el sentimiento a veces cruelmente expresado por parientes y familiares
de que mucho menos grave hubiese sido el duelo si hubiese sido ella la
muerta...". Es decir - sigue diciendo Alaíde - que su vida futura, vida de
mujer, estaba considerada como mucho menos valiosa que la vida de un varón...
Crecida en la provincia mexicana, en una familia tradicional, supo en carne
propia lo duro que era ser mujer y más aún si no era considerada como una mujer
'femenina' ni como una belleza deslumbrante. "Me sentía tan fea - decía Castellanos
- de adolescente... en un mundo en que el único valor apreciado en la mujer era la
belleza..."
Esta confesión hecha
a Alaíde Foppa, y que repetirá a lo largo de diversos textos, nos acerca a una
Rosario Castellanos lesionada en su íntima esencia por la lógica brutal del
patriarcado: "Qué pena que no fue la niña la que murió, la pena de sus padres hubiera sido
mucho menor..." . Esa experiencia debió haberla marcado hondamente, su acercamiento al
machismo de la sociedad en que creció, le dio elementos para desarrollar las
líneas generales de su obra: la discriminación a los indios y a las mujeres.
Características del Machismo
El macho, el "verdadero
hombre" según la cultura hispana, debe tener ciertas características para que se lo
considere como tal y no como afeminado u hombre a medias. Las características
sobresalientes del macho con su heterosexualidad y su agresividad. En
relación con la heterosexualidad
el énfasis es tanto en el carácter sexual como en el hetero. El hombre debe resaltar y demostrar su capacidad fálica. Mientras más grandes
sean sus órganos sexuales y más activamente se entregue a la relación sexual, más
macho será. Su potencialidad
sexual debe ser ejercitada de hecho en sus relaciones y conquista de mujeres. Y mientras más
mujeres, mejor.
Como lo anota Lewis,
el engañar a las jovencitas no es causa de culpabilidad sino de orgullo y
título de prestigio. Lo importante no es lograr un afecto permanente (con la excepción de
la esposa y la "querida") sino conquistar sexualmente a las mujeres y
satisfacer la vanidad masculina. Como dice Bermúdez (1955) se trata de
"Don Juan: un hombre sin nombre; es decir, un sexo, no un individuo".
Ningún adolescente
es considerado un verdadero hombre hasta tanto no pueda alardear de haber
poseído una mujer. Más aún: el hombre casado debe mostrar su machismo, su
potencia y el ejercicio real de
sus poderes sexuales por medio de su fertilidad, es decir, engendrando
un hijo tan pronto como sea posible. Su potencialidad debe ser conocida por otros.
Esto conduce a la práctica de alarde e inventar historias acerca de su
potencia y conquista de mujeres.
El macho debe
engañar y conquistar todas las mujeres que pueda pero al mismo tiempo debe proteger y
defender a sus hermanas de los
intentos de conquista de otros hombres puesto que las mujeres de su familia deben
permanecer vírgenes hasta el matrimonio. Esta paradoja constituye un elemento de
autoestima muy importante.
Que los hombres son
sexualmente libres es una verdad cultural. El matrimonio no es un obstáculo para este rasgo
de machismo, como lo expresa el dicho popular de que "la que se casa
es la mujer". Más aún, el hombre casado será más macho si tiene una
"querida" además de andar a la caza de otras mujeres. Tan extendida
es esta práctica que algún autor (Cerwin, 1947) llegó a llevarse la impresión de que
"casi todo mexicano tiene su 'casa chica' " o sea la casa de la
querida.
Su relación con la mujer
es la de dueño y protector acompañado de una superioridad no-sentimental y alejada.
Esto es particularmente verdadero en ciertos individuos de las clases más bajas
(de aquellos que pertenecen a la
cultura de la pobreza). Un macho muestra su masculinidad diferenciándose de la mujer
sentimental y afectiva por su frialdad. Ella ama, pero él conquista. El desapego
emocional es parte de la
"superioridad" del macho sobre la mujer.
Tanto el hombre como
la mujer creen firmemente en la superioridad del hombre en muchos aspectos (Stycos, 1958). Los
hombres pueden humillar y golpear a
sus mujeres porque "para eso son los maridos". Esto está muy bien
ilustrado por el caso de Pedro Martínez (Lewís, 1959). La superioridad y la
libertad sexual del hombre le da ciertos derechos que pertenecen a su
"naturaleza" de macho. Se cree que los hombres tienen mayores necesidades sexuales y
por lo tanto las mujeres deben aceptar el hecho de que ellos tengan muchas
aventuras extramaritales. El
lugar de las mujeres es la casa pero los muchachos son de la calle.
Un verdadero macho
no puede tolerar que su mujer le pegue o ni siquiera que no le obedezca. Un hombre debe
aparecer como el jefe de la casa ante sus amigos hombres si no ha de perder su
fama de macho (Lewis, 1961).
Si su esposa se atreve a mostrar cierta independencia o le amenaza delante
de otro hombre, él debe pegarle a fin de no perder el prestigio ante sus amigos. Sin
embargo es importante no perder de vista que el macho nunca debe abusar de una
dama en sus relaciones sociales
ordinarias.
El macho como dueño
de SU mujer, no debe permitirle ninguna libertad, pues de lo
contrario se rebaja. Los celos son un rasgo común del macho. Esto es enteramente
comprensible si consideramos que todo hombre debe desconfiar de los otros hombres, de sus
intenciones con respecto a su propia mujer y las parientes; en razón de su mismo
machismo. Los celos del macho
junto con su agresividad explican el fenómeno de golpear y aun cometer homicidio
con la mujer infiel. Esta conducta violenta del hombre no es aprobada pero en
cierto modo se le espera y se la
"comprende".
El uso de lenguaje
obsceno, el cual es directamente enseñado en las clases bajas, es parte del machismo. Con ella
se revela el carácter fálico o sexual que se espera en la conducta cotidiana
del macho. La agresividad es la
otra característica sobresaliente del machismo. Cada hombre trata de mostrarles a
los demás que él es "el más macho" el más masculino, el más fuerte, el más poderoso
físicamente. Y toda mujer espera
que su amante sea el más macho, el más guapo (valiente) quien la pueda proteger y defender de
otros hombres.
Esto lo ilustra muy bien
Manuel Sánchez (Lewis, 1967). En la práctica esto significa que cualquiera
diferencia debe ser resuelta con los puños o las armas y que todo macho
verdadero debe estar listo para
reaccionar físicamente y atacar cuando quiera que sea ofendido verbal o
físicamente (Lewis, 1967). Otro rasgo de machismo es mostrar falta de emociones
blandas y sentimientos y aun
de cierta ternura y amor hacia los familiares más cercanos, exceptuando la madre.
Por otra parte ningún macho debería estar temeroso de nada. (Lewis, 1967).
Otra característica
del macho es el ser capaz de ingerir grandes cantidades de bebidas alcohólicas sin
emborracharse necesariamente. El ser macho no es solamente muy importante para un
hombre hispano y
especialmente para un mexicano, sino que es considerado como un rasgo
nacional mexicano y algo de lo cual se enorgullecen.
Mujeres y Machismo
Se puede asegurar que el machismo no es
sólo un concepto que se aplica a los hombres, hay cada vez más mujeres que
presentan las mismas actitudes y conductas autoritarias que los varones
machistas. Por lo anterior se puede analizar de otra manera este fenómeno, ya
no como un rasgo personal sino como una forma de relación interpersonal; ya no
como una subyugación explícita de las mujeres, sino como una serie de creencias
y actitudes implícitas, ocultas bajo la superficie de la vida cotidiana.
Machismo y mujer, suena contradictorio.
Sin embargo desgraciadamente no lo es. Muchas mujeres ayudan, defienden, y
soportan ciertas actitudes que las minimizan, que las colocan en una situación
de debilidad y son reproductoras de estas diferencias. Disfrazado de superioridad
o de una demostración de afecto, no se permite que los hombres ayuden en las tareas del
hogar. Si se les ve planchando su camisa, se les dice “deja ahí, amor, que yo
lo hago” o “sírvele la comida a tu hermano que viene cansado”, entre otros
muchos ejemplos.
Las diferencias no se quedan ahí,
continuamente podemos escuchar comentarios discriminatorios de las mujeres
hacia mujeres, a una mujer se le condena si demuestra su gusto por el sexo
“fulanita es una puta”, cuando en un hombre “no es tan mal visto” ¿y de quienes
son las principales críticas? ¡De mujeres!
Se pueden escuchar comentarios como los
siguientes: “qué arrugada trae la camisa el licenciado —o mi hijo—, ¡qué mala
mujer tiene!” La pregunta es ¿el licenciado o el hijo son mancos? O “¡hay hijo
qué flaquito estás!, ¿qué tu mujer no te da bien de comer?” Pero adivinen de
quién proviene ese tipo de comentarios… ¡de una mujer! Se puede asegurar que
una gran cantidad de comentarios de las mujeres calificando a otras mujeres
está envuelto por un sentimiento de envidia entre ellas, pues la envidia se
"esconde" tras una crítica poco inteligente. ¿Cómo condenar el
machismo masculino, cuando llevamos una piedra en una mano dispuesta a herir a
otra mujer? Machismo y mujer... Parece contradictorio, pero no lo es.
En un ensayo titulado “Femichismo”, el
escritor hondureño Julio Escoto realiza una crítica abierta a un feminismo que
nos propone, por así decirlo, voltear la tortilla para que el otro lado se
queme también. El machismo es un fenómeno cultural, un sistema jerárquico
discriminatorio a favor de un género en particular, sustentado en la mentalidad
tanto de hombres como de mujeres, el cual recurre muchas veces a la violencia
de género y familiar para mantener su hegemonía.
Este sistema está basado en múltiples
complejos e ideas poco coherentes. Algunos movimientos feministas en vez de
promover un sistema más equitativo mediante la educación libre, parecen
contentarse, simplemente, con cambiar el género dominante de esta precaria
jerarquía social. Finalmente debemos comprender que el machismo masculino no va
a terminar, si no aniquilamos primero al machismo femenino. Hay que reconocer
que son las principales responsables de la educación de hijos e hijas.
¿Cómo enseñar el respeto por las mujeres
y el derecho a la equidad si en casa y en el trabajo se percibe lo contrario?
Si permiten o fomentan las diferencias entre mamá y papá, maestras y maestros, alumnas y
alumnos, ¿cómo se lograra una relación con derechos y obligaciones
igualitarias? No hay que instalarse en el papel de victimas y permitirlo.
Tampoco es una guerra de sexos. La propuesta es el fomento al respeto mutuo, el
amor correspondido, el ser la media naranja… ¡no la cáscara!
Debemos aprender que somos tan diferentes
como iguales, tan complementarios como independientes, entonces... Los valores
de la democracia, como la inclusión, el respeto a la diversidad, el debate
abierto y el análisis crítico, dependen de relaciones sociales basadas en la
equidad, no en la subordinación. Por consiguiente, lo que está en juego, va
mucho más allá de la relación entre los sexos.
Bibliografía
Álvarez Cruz,
Elsa M. (s/f); El Machismo Femenino o Femichismo.
Giraldo, Octavio
(1972); El Machismo como Fenómeno Psicocultural; Revista Latinoamericana de
Psicología; Colombia.
Lugo, Carmen
(1985); Machismo y Violencia; Revista Nueva Sociedad; México.
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