En
nuestros días y en nuestra cultura, los celos son una emoción despreciable. La
persona misma en su globalidad queda descalificada si es etiquetada como “celosa”. Y esto porque los celos
guardan cierta relación con el dolor, con las agresiones (incluso muertes), con las
invasiones interpersonales, con la desconfianza, con la inseguridad, con la traición, con
el conflicto en pareja, etc. Todo ello, curiosa y paradójicamente, a pesar de que estamos
en un momento histórico de revitalización del modelo amoroso conocido como
“amor-pasión”, lo cual viene acompañado del incremento de la deseabilidad de
determinados valores morales como: la fidelidad, la posesión, la abstinencia, el ardor
emocional y la sacralización de la sexualidad.
En
cualquier caso y al margen de la posición social que los celos ocupen en el “ranking” de las emociones, lo cierto es
que existen y seguirán existiendo. Se muestren o se oculten a título personal; se
gestionen de forma controlada o de forma desabrida en el escenario de la pareja; se
promocionen o se inhiban en el abrevadero cultural.
Así
pues, digámoslo con claridad, todas las personas sentimos celos a lo largo de
nuestra vida. Otra cosa es el grado en que esto ocurra, los síntomas que ello conlleve,
la vivencia subjetiva que de ellos tengamos y las consecuencias que del manejo de esta
emoción puedan derivarse. Pero aclarados esos puntos, variados y variables en cada
sujeto y en cada relación, podríamos afirmar que todos “somos celosos”. O mejor, que
“todos sentimos celos”. O incluso más, que “todos sufrimos de celos”. Porque los celos,
como ocurre también con otras emociones, producen dolor.
Los
celos no son una enfermedad, ni un rasgo de personalidad, ni un valor, ni un defecto, ni una medida del amor (o de la
inseguridad o de la desconfianza) en pareja. Son simplemente una emoción. Una de las
emociones humanas básicas y universales. Por lo tanto ocurren, o pueden ocurrir, a cualquier
persona, en cualquier cultura y en cualquier momento; aunque no pueden
ocurrir en cualquier situación, porque los celos requieren de dos condiciones previas sin
las cuales no pueden darse. Estas son: un vínculo afectivo con un alguien concreto;
y la presencia (real o imaginada) de un tercero que amenaza la continuidad del tal
vínculo.
Como
cualquier otra emoción, los celos tienen su bioquímica, su soporte histórico, su
deseabilidad cultural, su biografía personal, su expresión gestual, su simbolismo, sus
significados, su vivencia subjetiva, etc., pero sobre todo, tienen: sus intransferibles modos de ser vividos
(sentidos, experimentados); sus peculiares modos de ser pensados; y sus particulares modos
de ser gestionados. No podemos ayudar a nadie a sentir o a dejar de sentir celos, pero sí
podemos ayudarle a mejor vivirlos, a mejor pensarlos y a mejor gestionarlos.
Celos,
amor y posesión
Buena
o mala, hay una relación entre amor y celos. El amor siempre antecede a los celos. Ahora bien el término amor es
demasiado escaso para el universo ilimitado de sus significados posibles. La relación
entre celos y amor es tan evidente y determinante, que podríamos diferenciar
múltiples formas de los celos en razón de múltiples formas del amor. Al respecto de esto
tres breves apuntes:
El amor erótico es de sí un “amor
posesivo”, pues es un amor que trata de poseer (no necesariamente por dominio,
sino por anhelo de fusión). Al respecto de esto J. A. Marina nos dice: “El diccionario, se
lo recuerdo, definía enamorarse como tener deseo de poseer lo amado. Les recuerdo
también que el término posesión había aparecido ya, y que había postergado su
explicación. Su relación con el amor me tiene confuso, porque unas veces los
humanos hablan del amor como desprendimiento y otras como afán de dominio”. Y más
tarde: “El léxico de los celos nos ayudará a ver, por caminos retorcidos, las relaciones
entre amor y posesión”.
Ya hemos dicho antes que los celos
producen sufrimiento. Ahora bien con respecto a la expresión “sufrir de celos”
no queda nada claro quién es el que más los sufre: si el actor o el receptor, el
celoso o el celado, porque lo que se dice sufrir, lo sufren
ambos. Y lo que realmente se resiente al entrar en el juego circular de los celos es
la relación misma. De ahí el interés del abordaje clínico de esta emoción en
pareja.
Los celos suelen ser más duraderos que el
propio amor o que la propia pareja. Así que con suma frecuencia los celos son
lo único que queda después del amor y tras la ruptura de la pareja.
Características
de los celos
El
asunto de la dinámica “actor-receptor” es importante, puesto que estamos ante una emoción que siempre requiere de un
otro; luego de una interacción entre dos. Más aún, porque añade la presencia amenazante
de un tercero, introduciendo una dinámica triangular en el seno de un
sistema diádico, que producirá unas específicas características que deben ser tenidas en
cuenta cuando se trabaja en clínica.
Al
hablar de juego celotípico nos referimos a las pautas de interacción entre dos que tienen un vínculo, con respecto a un
tercero “intrusivo”. En este pueden observarse determinados patrones que se expresan
en ideas, sentimientos, conductas e interacciones, etc., que como en cualquier
otro juego, responden a ciertas pautas regladas.
En
la propia definición, conectamos los celos con otra emoción básica: el temor. Este miedo se activa en razón de la
presencia de una amenaza concreta: la pérdida de algo muy valioso. A través de ese amor sentido, un otro
(el amado) pasa a ser “nuestro” y con él co-construimos un “nosotros” común. Por
ello, los celos suelen llevar aparejado un sentimiento de traición que se activa
precisamente por la participación de este amado en el juego amenazante con el tercero rival.
Activado
el sentimiento de traición, suelen asociarse respuestas de potente hostilidad hacia la traición misma y
hacia el traidor. Además, la confianza suele ser una de las primeras bajas en el juego celotípico. Pues el amado, sí se
defiende de la hostilidad, del castigo y de la descalificación de la que es objeto. Por
lo general el “celado” se defiende: negando, rebajando, disimulando, ocultando,
callando, contraatacando, etc. Incluso, con ánimo bondadoso, ofreciendo
garantías (que no suelen garantizar).
Frente
a esta percibida ausencia de información, el celoso se comporta como una
agencia de contraespionaje: interpreta silencios, busca indicios y pruebas
ocultas, lanza mensajes cifrados, marca el territorio, etc. Todo ello suele llevar al celoso a
un estado de permanente sospecha y alerta crónica que propende a la obsesión, al delirio y
al pensamiento paranoide. Además la búsqueda compulsiva de conocimiento oculto produce un marco de interacción obsesivo, una
propensión a las invasiones de los límites. Asimismo, la búsqueda de alianzas, suele producir problemas con los límites extradiádicos.
Aspectos Cognitivos de los Celos
Citando
de nuevo a J. A. Marina: “las creencias dirigen en parte nuestros estilos afectivos”. Así pues siendo cierto que
pensamos como sentimos, y sentimos como pensamos, resulta interesante
indagar cuál es el sustento cognitivo de tal emoción. En rigor habría que decir que detrás de
esta emoción hay toda una teoría del amor. Una teoría que cuelga de un
concepto central: el de la exclusividad.
En
toda institución formada a propósito del amor se produce explícita o
implícitamente un contrato de exclusividad. Ahora bien, esto produce la paradoja del monopolio
en un mercado que siempre ofrece competencias diversas en todos los planos.
Así las parejas mutuamente se comprometen, se impiden y se dan múltiples
exclusividades. Entre otras: exclusividad erótica, exclusividad de intimidad,
exclusividad de tiempo y dedicación. Pero, ¿qué es exactamente la
exclusividad?
En
otro plano, son ya clásicas las ideas de los celos como medida del amor (“si me ama sentirá celos de mi”), así como la idea de los celos como
acicate del deseo (“dale celos para que se interese más por ti”). Todavía hoy es posible
hallar manuales y consejos populares en esta línea, sin ser raro tampoco que
éstos provengan de amigos íntimos que en el fondo lo único que pretenden es ayudar. Lo
curioso de estas estratagemas es que en ocasiones se convierten en profecías que se autocumplen.
Y efectivamente
a través del filtro de los celos se reaviva el interés, el deseo, se
catalizan cambios o se reinstaura el compromiso.
Otra
de las ideas adosadas a los celos es la de ficción/realidad, o la que engarza celos con infidelidad. Al punto que
hablamos de celos justificados, los basados en una reacción hacia el infiel, así como de
celos injustificados, que serían el producto de escenas inventadas, fantaseadas u imaginadas,
y denominados comúnmente celos patológicos. Siendo que el concepto de fidelidad es un
continuo relativo que se plasma en un riquísimo abanico de posibilidades, y que
dependerá de en dónde cada pareja establezca el límite de lo permitido o prohibido, la
variabilidad de respuestas será múltiple y relativa.
Características de Personalidad
Hemos
dicho al principio que todos sentimos celos y que todos somos celosos. Por lo tanto no tiene
mucho sentido hablar de la etiqueta celoso/a en tanto que rasgo de personalidad. Sin
embargo también es cierto que personas con determinadas características de
personalidad suelen manejar peor esta emoción, y se han encontrado ciertos rasgos comunes en personas aquejadas de celos,
características y déficits que sí son susceptibles de ser trabajadas en
terapia.
En
rigor cuando decimos que alguien es un celoso no estamos tanto definiendo la
emoción que siente, ni la intensidad de la misma, sino su déficit de gestión de esta
emoción. En general el celoso o celosa es un individuo que se muestra muy
inseguro tanto en la expresión de sus afectos, como en la satisfacción de sus
necesidades afectivas; poco conscientes de sus carencias y escaso control de
sus emociones en general. A menudo se siente frágil y vulnerable en la intimidad,
muy dependiente emocionalmente y por ello muy limitado en su actividad autónoma, muy
necesitado de la aprobación del otro, y por supuesto de su valoración muy expresa.
Suele
necesitar dosis altas de pasión y romanticismo para creerse los sentimientos del otro.
Además suele tener una muy baja autoestima y un pobre autoconcepto general. Con
frecuencia, una imagen corporal negativa, distorsionada en su percepción, y devaluada
que justificaría
la duda crónica en la posibilidad de ser amada. En resumidas cuentas suelen ser personas que creen no merecer ser
amadas. Y cuando sí los son, dudan, y es porque creen que el otro está loco o
les engaña.
Además
en su biografía suele haber pobres vínculos parentales, episodios de pérdidas de afecto imprevistas e injustificadas,
sensación de abandonos varios, etc. Lo cual suele propiciar que la profecía se
autocumpla (“ya sabía yo que nadie podría amarme de verdad”). Por lo general son
conscientes de que con sus reacciones de celos están poniendo en peligro la relación, y
resultan insoportables para el otro, de manera que ratifican su creencia de que no
merecen ser amados.
Por
lo general las personas celosas tienen estilos cognitivos muy negativos, poco operativos para sobrevivir en la jungla
de las emociones, y estilos de atribución casi siempre internos para el fracaso y
externos para el éxito (con lo cual no se apuntan ningún tanto: los éxitos se los dan a
otros y se autoculpabilizan de los fracasos). Si nos adentramos en los resbaladizos
terrenos de lo psicopatológico vemos que la mayoría de estos individuos rozan el
trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), entrando en una espiral de rituales y de “pensamiento – emoción” cerradas, de autocentrifugado de ideas negativas sobre la sospecha que va
in crescendo. Esta espiral llega a convertirse en algo con vida propia de manera que
escapa al control del individuo llevándole a escenarios cercanos a la locura en los
cuales es difícil distinguir si lo que ven y oyen es cierto o solo un producto de su
imaginación torturada. Es tal la sensación de descontrol, que llegan a creer que están locos, pero
no suelen estarlo.
En
este epígrafe es relevante mencionar los abusos de sustancias estupefacientes, normalmente drogas recreativas y alcohol.
A menudo, individuos que han pasado por una época descontrolada de su vida, en
la cual abusaron de drogas (especialmente alucinógenos), han quedado sentimentalmente
“tocados”. Sin indagar en las causas de esto, se constata que, especialmente, en
situaciones de estrés y de alta intensidad emocional, reproducen sensaciones
antiguas, perdiendo el control de sí mismos y conduciéndose sobre la línea que
separa lo psicótico de lo neurótico.
Al
hilo de todo esto, conviene el diagnóstico diferencial pues en ocasiones, oculto bajo una historia de celos existe
un cuadro de psicosis paranoide, que puede incluir delirios, alucinaciones (por
ejemplo de visualización de conductas eróticas entre la pareja y un tercero), que pueden ir
acompañados de otros trastornos y síntomas, como el temor a ser aniquilado (para dejar de
ser un impedimento en la otra relación), así como la obsesiva búsqueda de pruebas. Al
respecto de esta búsqueda, en la actualidad pueden incluir sofisticados métodos
dignos del mejor cine negro (por ejemplo: contratación de detectives, sistemas de
radioescucha, grabaciones con microcámaras, análisis en laboratorio de cabellos,
etc.) u otras de naturaleza delirante (por ejemplo: sopesado testicular – o medición seminal-
anterior y posterior a la supuesta conducta erótica infiel).
El Juego Celopático
Los
celos son una emoción que ocurre con relación a otros (como mínimo: el amado y el
rival). Con motivo de ello, se produce lo que llamamos el juego celotípico. Con este
término nos referimos a la trama de interacciones que, a propósito de los
celos se produce en la pareja. Sean o no conscientes de ello, los dos miembros de
la relación juegan a un juego con unas reglas determinadas. Desvelar este juego
inconsciente puede ser el objetivo principal del tratamiento. O incluso puede ser el tratamiento
mismo.
Uno
sólo puede dejar de jugar a un juego inconsciente y lesivo si: 1) sabe que está jugando; 2) sabe a qué está jugando; 3) sabe que no obtendrá beneficios del
juego al que está jugando; y 4) se da cuenta de que los perjuicios que obtendrá serán
más y peores que los siempre garantizados beneficios del problema. Con mucha frecuencia las reglas de este
juego se cumplen por amor y la premisa central es muy moral y benéfica: “no herir al
otro” o “evitarle el sufrimiento”.
Sin
embargo en pareja en ocasiones ocurre que la evitación del daño causa más sufrimiento que el daño que se
trataba de evitar. Y darse cuenta de esto no es fácil. La terapia puede ser,
precisamente, un facilitador de este conocimiento. Las reglas generales de este juego celotípico
son básicamente dos:
No voy a contarle toda la verdad, para
que no sufra le ocultaré ciertos datos, disimularé ante sus dudas y sospechas, le
mentiré por piedad.
Me oculta cosas, no me dice toda la
verdad, me engaña, disimula que no tiene interés, se muestra raro. Luego es
seguro que esconde algo.
Establecidas
estas reglas y seguidas fielmente por los jugadores tendrá por consecuencia una “tela de araña” que se va tejiendo lentamente en el
tiempo a base de mentiras, ocultaciones, dudas, preguntas insistentes, enfados,
y variadas escenas de celos, que se van reforzando en espiral creciente. Consecuencia de este juego es la
necesidad del celoso por controlar lo que no controla (sus propias emociones y
conductas a través del control del otro), y que el otro siempre percibirá como deseo de control
de su vida, aumentando su desazón y agobio al percibir que “por muy bien que se
comporte” nunca es suficiente para el celoso, cuya necesidad de control y de querer saberlo
todo irá aumentando en un proceso sin límite.
Todo
esto produce un círculo vicioso en el cual la desconfianza, la amenaza, la sospecha, el sentimiento de traición, la
hostilidad, la rivalidad, el resentimiento, el odio, el control, el conflicto y la necesidad
de huida se irán adueñando de sus vidas. Con mucha frecuencia para cuando
solicitan ayuda especializada, muchos elementos centrales de la relación
estarán ya resquebrajados, y la curación de las mutuas heridas al tiempo que la reconstrucción
de sus claves de relación llevarán un tiempo importante del trabajo terapéutico.
Basándonos
en nuestra teoría de pareja y sus claves, vemos que generalmente uno de los aspectos más dañados por el
juego celotípico suelen ser los límites intradiádicos, y extradiádicos. Normalmente respecto de los límites
intradiádicos suele ser la necesidad de control del celoso la que propiciará
invasiones (revisiones, escuchas, seguimientos, interrogatorios, etc). Los límites entre
el “tu” y el “yo” se irán diluyendo de suerte que cada uno de los dos se
entromete en el terreno del otro. También comienza una curiosidad mórbida por aspectos por los que anteriormente no
se mostraba interés alguno (relaciones personales en el trabajo, detalles del
tiempo de ocio, relaciones con la familia de origen, y por supuesto en las relaciones
interpersonales ajenas a la pareja).
Frente
a todo esto la reacción de defensa del perseguido suele ser la de tratar de escapar
del control excesivo y que denota desconfianza en las propias acciones. En ocasiones se
abandona toda actividad sospechosa, mutilando una parte importante de la propia
vida. Con suma frecuencia se entra en el juego de dar explicaciones excesivas con el
ánimo de tranquilizar y de demostrar “inocencia” (con lo cual paradójicamente
se activa el mecanismo de sospecha de “excusatio non petita, acusatio manifiesta”).
Y se permite al celoso que entre en su vida íntima, colaborando así en la propia invasión y contribuyendo a la
difuminación de esos límites intradiádicos. Casi nunca se decide seguir adelante con las
costumbres anteriores, ignorando el daño que esto puede causar, porque el propio
sentimiento de culpa lo impide.
En
esta dinámica de destrucción de los límites intradiádicos, los límites extradiádicos también empiezan a
diluirse. No es raro que el celoso busque alianzas e implique a terceras personas (amigos y
familiares fundamentalmente) en sus pesquisas. En su afán colaborador (y en la búsqueda
de la verdad) es muy probable que todo el mundo social cercano a la pareja acabe
inmiscuido en el tema. Lo peor de las sospechas es que pueden alimentarse de sí mismas. Y
nunca hay ninguna prueba definitiva de que efectivamente “no hay nada”. Al revés,
siempre acaban apareciendo pruebas o indicios que pueden apuntar a que efectivamente
“sí hay algo”.
Otra
de las claves de pareja muy afectadas es la vinculación. Los tres vínculos que contemplamos en nuestra “Teoría de
pareja” (compromiso, intimidad y sinergia) suelen verse dañados por el laberinto
sentimental y las paradojas interaccionales que el juego celotípico produce. Así el
compromiso empieza a cuestionarse, se preguntan los jugadores si harán bien en mantener el
compromiso inquebrantable, empiezan también a percibir que el otro da un paso atrás en
la relación; que ya no está tan comprometido como lo estaba antes, lo cual una vez más
hará dudar al celoso de si no serán ciertas sus sospechas, y por supuesto les sumirá en
el miedo a si podrán aguantar así toda la vida, cuestionándolo todo desde el principio:
la elección, la apuesta y el futuro de la relación.
Por
si fuera poco y por razón de la propia dinámica de desconfianza, control y conflicto, la pareja se distancia
emocionalmente produciéndose un proceso de fisión que debilita en gran manera la intimidad que
hubiesen alcanzado. La comunicación íntima, tanto verbal, como corporal se debilita.
La confesión emocional, la comunión de intimidades y en general la verbalización
afectiva decrece notablemente.
Por otro lado la presencia simbólica de un tercero en la propia cama
obstaculiza la comunión íntima de cuerpos y emociones.
Finalmente
el vínculo de ganancia (sinergia) se debilita notablemente, porque cada uno ve al otro como
el lastre que le impide desarrollarse, progresar y ser feliz. Pues es,
precisamente el otro, el foco fundamental de infelicidad. En cuanto a la comunicación se va
produciendo un progresivo deterioro que gira en torno al fenómeno del acoso verbal y
la cronificación de conversaciones circulares (monotema) que impide hablar de cosas
entretenidas y enriquecedoras. De tal suerte que cualquier interacción verbal es un
suplicio para ambos, que suele terminar en discusiones acaloradas, broncas,
reiteraciones, ruidos e incomunicación real.
Algo
parecido ocurre con los encuentros eróticos que se convierten en estímulo que recuerda (y rebrota) el problema. El
distanciamiento erótico, a su vez, no hará sino confirmar las sospechas. En general todo el reparto de tiempo se
verá trastocado: el tiempo individual porque uno ya no se siente con libertad
para hacer y deshacer sin tener que dar explicaciones y por ello la dinámica de
celos modificará las rutinas de ambos; el de pareja porque será difícil encontrar
espacios en donde pasarlo bien sin que esté rondando el tema, e insisto en que al
final se tratará de evitar estar con el otro a solas, o rodeado de amigos o familia, porque no
verle al otro es casi el único método de no confrontarle.
En
resumidas cuentas, este es el juego, que no deja de ser una concatenación de profecías que se
autocumplen confirmando en cada uno de sus tramos a los jugadores de todas y cada una de
sus ideas proféticas. Esta es la dinámica que hay que romper porque llevada a sus últimas
consecuencias no significa más que la propia.
Bibliografía
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Scheinkman, Michele; Werneck, Denise (2010);
Desactivar los Celos en las Relaciones de Pareja: Un Enfoque de Múltiples
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