El desarrollo de la educación sexual lleva a interrogarse sobre cómo formar
personas con una capacidad reflexiva y crítica, para que manejen y resuelvan mejor
las situaciones que se les presentan en relación consigo mismas, con
los demás y con su entorno. Personas que, mediante el ejercicio pleno de la sexualidad,
se desarrollen como ciudadanas/ciudadanos y, de esta forma, crezcan como seres humanos.
Por eso, la Educación para la Sexualidad se propone como reto la promoción
de conocimientos, habilidades, actitudes, valores y
comportamientos que favorezcan la dignidad humana y el ejercicio de los derechos humanos sexuales y reproductivos, y el logro de
la salud sexual y reproductiva, a partir de personas autónomas
que establecen relaciones cada vez más pacíficas, democráticas y pluralistas. Esto pretende “asegurar que las escuelas
favorezcan la vida saludable, el ejercicio de la ciudadanía
y los aprendizajes básicos para la vida”.
La Educación para la Sexualidad es la formación del ciudadano y la ciudadana para la
democracia sexual y como tal debe estar enmarcada en un contexto de profundo conocimiento de los derechos humanos y de máxima
valoración del respeto a los derechos de los demás, como regla máxima de
convivencia humana. Esto implica profundo respeto por los estilos de vida sexual, de pareja y del género.
Al ser la sexualidad una dimensión que se manifiesta en lo público y en lo
privado, la escuela puede y debe desempeñar un papel primordial en
el desarrollo de competencias para su ejercicio libre, saludable, autónomo y placentero, que permita a los sujetos
reconocerse y relacionarse consigo mismos y con los demás desde
diferentes culturas. Esto supone un esfuerzo del sector educativo en pro de:
El fortalecimiento de la identidad de cada uno
de los miembros, lo que incluye hacer más fuerte la autoestima, y la creación de un
proyecto de vida propio.
El análisis crítico de los roles y la
construcción de comportamientos culturales de género flexibles e igualitarios que permitan a hombres y mujeres tener condiciones
materiales y sociales dignas.
La construcción de ambientes pluralistas,
donde todos los integrantes de la comunidad puedan elegir y vivir una orientación
sexo-erótica y sexo-afectiva determinada, de forma autónoma y libre de discriminación, riesgos, amenazas, coerciones o
violencia para vivir sin humillaciones y tener integridad física y
moral.
Con respecto a las funciones propias de la sexualidad (afectiva,
comunicativa, erótica y reproductiva), la escuela es ámbito
privilegiado para el desarrollo de habilidades, actitudes y conocimientos que permitan a los sujetos el ejercicio de las mismas, con
calidad, libertad y autonomía, con base en la convivencia
pacífica, el establecimiento de acuerdos consensuados y la inclusión a partir de la pluralidad.
La escuela es el lugar más apropiado para hacer visibles las diferencias
entre las personas, de manera que se permita aprender a reconocerlas,
valorarlas y relacionarse con ellas e incluirlas. Por eso, la educación para la sexualidad supone la generación de espacios
para el desarrollo de competencias y conocimientos, mediante las
cuales los sujetos aprendan y velen por el cumplimiento de sus derechos sexuales y
reproductivos y los de todos los miembros de la comunidad. Así, la educación para la sexualidad comprende
el desarrollo de competencias, entre las que se distinguen las ciudadanas, con sus respectivos conocimientos:
Conocimientos específicos de la sexualidad (propios de los componentes, funciones y contextos), por ejemplo: los derechos sexuales y reproductivos, los métodos
de planificación familiar, los tipos de enfermedades sexuales y
reproductivas y las formas de prevenirlas o manejarlas, o los aspectos biológicos de la
sexualidad.
Competencias cognitivas, tales como la capacidad para comprender lo que pueden sentir o pensar los miembros del mismo género o de otro frente a las diversas
situaciones o elecciones; la capacidad de emprender acciones
en contra de la discriminatorias por género u orientación sexual; la de prever las
consecuencias de una acción determinada, en una relación de pareja o en el contexto familiar.
Competencias comunicativas, entre las que se debe promover la asertividad para negociar con la pareja el momento de tener relaciones sexuales y de usar
anticonceptivos o decidir el número de hijos. La utilización de diversos
medios y formas, verbales y no verbales, para expresar los sentimientos y los pensamientos involucrados en los diferentes
tipos de relaciones eróticas y afectivas. También competencias comunicativas como la
escucha activa y el diálogo respetuoso en la pareja, en la familia y en la
sociedad.
Competencias
emocionales, de igual forma, la escuela desarrolla
capacidades para la identificación, la expresión y el control
adecuados de las emociones propias y ajenas, así como la empatía.
La Educación para la Sexualidad no es optativa, ocurre de todos modos, sea
mediante los gestos, las actitudes y los silencios, o de
manera deliberada cuando se transmiten creencias propias. Por tanto, debe incluir la reflexión constante sobre la forma en
que se lleva a cabo y el modo como valoramos, discernimos y
establecemos juicios.
El desarrollo moral se entiende como el avance cognitivo y emocional que
permite a cada persona tomar decisiones cada vez más autónomas y realizar
acciones que reflejen una mayor preocupación por los demás y por el bien común. Estas decisiones y acciones no implican, necesariamente,
la renuncia a los intereses personales, sino más bien, la construcción de
un diálogo y una comunicación permanente con los demás, que permita encontrar balances justos y maneras de hacer compatibles los
diversos intereses involucrados.
Sexualidad como Proyecto de Vida
Cuando dos o más principios morales chocan entre sí e implican formas de
actuar que son contradictorias, no sabemos qué hacer, más aún
cuando nos hemos propuesto llevar una vida regida por valores. En este sentido, nuestros
proyectos de vida son inevitablemente morales, porque para cada uno de nosotros la vida se trata de aquellas cosas que nos
son más importantes, que valoramos más. Esto complica nuestras decisiones y
actuaciones dado que algunas de estas cosas pueden verse de manera
diferente al interior de un grupo o una comunidad que desde una perspectiva exterior,
pues lo que allí parece correcto puede no serlo visto desde afuera.
No es lo mismo, por ejemplo, la violencia contra las mujeres desde el punto de vista de la víctima que desde la mirada del perpetrador o de la
comunidad que la tolera. Esto es lo que hace tan difícil que no nos
enfrentemos a la llamada presión de grupo aún a pesar de nuestras más profundas convicciones. En este sentido, lo moral está
relacionado con lo local y necesita ser entendido con pensamiento crítico
a partir de una revisión ética, de una valoración.
Todos estamos en condiciones de potenciar nuestras habilidades y
conocimientos para construir nuestros propios espacios de autonomía a
partir de un distanciamiento de elementos culturales concretos que nos lleve a construir criterios más universalizables. Podemos
aspirar a valores que trasciendan lo local y que guíen nuestras
acciones, pues podemos valorar la mediación cultural y sopesar principios universales, pero la última decisión ocurre en la esfera
personal, en la dimensión subjetiva. ¿Qué tendría que pasar para que los estudiantes tomen decisiones en
relación con la sexualidad que enriquezcan su proyecto de vida?
El significado de
crear vínculos basados en la confianza: cuando éramos niños, la idea expandida era la de que “a los profesores hay que respetarlos”. No
obstante, ¿los respetábamos por miedo o por confianza? Crear
ambientes favorables para la vivencia de la sexualidad implica reconocer que las
relaciones en las que crecemos son aquellas que nos permiten construir saber juntos, más
que aquellas que nos guían de manera rígida por un camino de ideales que sentimos
ajeno, impuesto y sin sentido. Acompañar recobra entonces un significado de “estar al
lado y del lado”…, de manera comprensiva y empática, reconociendo en el otro un
interlocutor válido e idóneo, con competencias para decidir sobre los asuntos de su vida.
¿Qué significa apreciar en la otra persona lo
mejor que tiene para que pueda desarrollar todas sus potencialidades? ¿Qué significa
tomar la decisión de aprender de quien consideramos que no tiene la suficiente
experiencia de vida o no sabe tanto como nosotros creemos saber? Todo lo que implique
acercarse con un gesto abierto, no amenazante, afectivo, da la sensación de que
estamos para cooperarnos, para ayudarnos como pares y de manera conjunta.
Como adultos, debemos reflexionar sobre la manera en que indicamos a los demás el
camino a seguir y resignificar la manera de acompañar a otros, para lograr que nuestro
acompañamiento no sea un decir al otro qué hacer, sino, más bien un libro abierto de
preguntas y espacios para la reflexión conjunta.
Que los adultos/as
aprendamos a entregar la responsabilidad. Es decir, promover el ejercicio de la
libertad con límites consensuados: acompañar a nuestras/os jóvenes, niños y niñas, para que encuentren la mejor manera de tomar sus decisiones
es un desafío que se aprende en la medida que se pueden negociar los límites y lograr consensos al servicio de las buenas relaciones. No aprendemos a decidir
sino decidiendo. En esta medida, la escuela, la familia y la sociedad deben
crear espacios para que las niñas, los niños y los jóvenes
decidan sobre los asuntos que les competen, dándoles las herramientas para que lo hagan
teniendo en cuenta el bien propio y el bien común de forma que se respete la dignidad de
todos.
Valorar su contexto
y facilitar el diálogo de saberes y experiencias previas: “Mejor hablemos”. Comprender la manera en que
pensamos y sus razones implica explorar las motivaciones aparentes y más ocultas de por
qué llegamos a ciertas conclusiones, a valoraciones que cuando ponemos sobre la mesa
no tenemos que defender “a muerte”: más bien, son oportunidades de encontrar
nuevas rutas para llegar a algún punto en común.
Revisar
permanentemente nuestro sistema de conocimientos y creencias frente a la sexualidad y la
convivencia: el legado de contenidos emocionales y mentales
que traemos en nuestra historia frente a la sexualidad y la convivencia es el
resultado de lo que generación tras generación se viene
transmitiendo en forma de normas, valores y creencias. La carga afectiva es tan fuerte
que, a pesar de que en la mayoría de ocasiones no tenemos sustento para generalizar,
consideramos verdades, a veces absolutas, lo que socialmente se nos ha
inculcado frente a la vivencia de nuestro cuerpo, las relaciones de pareja o la consideración de las formas posibles de ser
hombres o mujeres. En la medida en que revisemos
reflexiva, profunda y críticamente nuestros juicios sobre la forma en que vivimos la
sexualidad, tendremos más oportunidad de acompañar a las niñas, los niños y los jóvenes
a vivir una vida libre de miedos y prejuicios.
Una educación
activa, con sentido y que se construye participativamente: la educación para la sexualidad nos debe llevar a
preguntarnos qué tipo de educación tiene sentido y es necesaria para los niños, las niñas, adolescentes y los jóvenes de hoy.
La respuesta está en ellos, por lo que partir de preguntas,
necesidades y experiencias de nuestros estudiantes es hacer que la educación tenga
sentido para ellos. Sólo así lograremos que lo que se aprende en la escuela sea utilizado
para la toma de decisiones en situaciones cotidianas. Quienes deciden qué saber y la
mejor manera de saberlo debe ser un proceso que incluya a todos los involucrados:
educandos y educadores. Es decir, un proceso acordado y, por tanto, con un alto
nivel de significado para adultos/as, niños, niñas y jóvenes.
Bibliografía:
Programa Nacional de Educación para la
Sexualidad y la Construcción de Ciudadanía. Módulo 1: La Dimensión de la
Sexualidad en la Educación de nuestros Niños, Niñas, Adolescentes y Jovenes.
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